miércoles, 16 de septiembre de 2009


A vida tem a cor que a gente pinta 

(la vida tiene el color que la gente pinta)


Viajar apura os sentidos

Abre os horizontes,

Pinta o mundo con novas cores 

desafia os seus limites


(Viajar despeja los sentidos

Abre los horizontes,

Pinta el mundo con nuevos colores.

Y desafía tus límites)


De sorprendente belleza, de vegetación exuberante, esta pequeña isla fruto del fuego es un jardín en el atlántico tocado por las nubes y con un delicioso clima. Accidentada y escarpada, en pocos kilómetros se pasa de ser acariciado por  el mar a rozar las nubes.   Es un remanso de paz y tranquilidad donde es muy fácil estar en permanente contacto con su naturaleza. Quizás la carencia de playas de arena la ha mantenido apartada del turismo de masas y la ha conservado para el disfrute de aquellos que desean perderse por sus levadas, internarse por sus senderos descubriendo cimas imposibles, valles profundos y musicales cascadas.

Distintas circunstancias nos obligaron a desprendernos de nuestra autocaravana a finales de abril y la nueva no llegaría hasta noviembre, así que teníamos que afrontar nuestras vacaciones estivales sin ella. Algo muy difícil de concebir para mi. Pero a Angel se le ocurrió un buen destino, recordando equivocadamente que nuestros amigos Rafa y Cristina habían viajado allí: la isla de Madeira. Pero, no fue así, estuvieron en las Azores, pero ambas tienen muchas similitudes. Así que quizás un poco justos de tiempo, nos dispusimos a buscar unos billetes de avión tratando de evitar los meses centrales de julio y agosto. Y los encontramos con Iberia vuelo directo (dos horas y media) por cerca de 200 euros cada uno, quizás lo más caro del viaje. El resto, el alojamiento, la hoja de ruta y los desplazamientos los iría haciendo con tranquilidad usando, una vez más, booking  e información obtenida a través de web losviajeros.com y contratando un seguro de cancelación del viaje.

31 de septiembre

Pasan quince minutos de las 21 horas y llevamos dos días en Funchal, capital de esta pequeña isla a donde hemos llegado el jueves día 29. Escribo desde la terraza del apartamento con unas vistas laterales a la montaña. Está ubicado en una calle perpendicular a una gran avenida por lo que resulta algo ruidoso, sobre todo hoy sábado, pero el aire acondicionado permite que nos aislemos de este sonido lejano y la habitación da a un patio interior que la mantiene aislada del ruido exterior.  Con la perspectiva de los días pasados puedo afirmar que es el mejor apartamento del que hemos disfrutado en estos días. Canavial terrace@heart of Funchal. 49 euros diarios.

Pero todo no comenzó así.

29 de septiembre
Alojamiento: Holiday home Funchal center. 36 euros
Recorrido: Madrid-Funchal

Inicialmente teníamos previsto el vuelo para el viernes día 30, pero una huelga programada de personal de tierra de Iberia para el viernes y el sábado nos aconsejó adelantar el vuelo al jueves. Completos los apartamentos que teníamos reservados en Funchal para los días del 30 al 2 y luego el dia 7,  tuvimos que buscar otro y además con la condición de que estuviera cerca del del día siguiente, para no ir arrastrando maletas por toda la ciudad. Así lo encontré a dos calles y  por tan solo 36 euros la noche.

El vuelo partió de Madrid puntualmente y aunque los asientos nos los asignaron separados, como no iba completo el vuelo no tuvimos mayores problemas para volar juntos. Nuestro equipaje de mano viajó en la bodega ya que el tamaño de la nave no permitía que fuera en la cabina.  Dos horas y media después tomamos tierra en el aeropuerto de Funchal. Y fue la primera vez que vi aplaudir un aterrizaje y es que hacerlo en esta pista tiene su mérito. Construida sobre pilares que la equilibran tiene un tamaño justito y para aviones pequeños.
Imagen de Internet

Según los horarios que tenía, una hora después de nuestro aterrizaje llegaría el “aerobús” que por 5 euros por persona (8 si era ida y vuelta) nos dejaría a escasos metros de nuestro alojamiento (frente a los 25 euros que nos podría costar un taxi).

Y en tiempo llegó nuestro transporte, que abrió su panza para que cada uno introdujera su equipaje que luego iríamos recogiendo en las distintas paradas.

En una media hora llegábamos a la parada del centro comercial “La Vie”   en la zona oeste de la ciudad y a  tan solo 50 metros de los apartamentos lo que sería una gran ventaja, primero por la fácil localización y segundo para comprar lo que pudiéramos necesitar.

Unos cinco minutos después estábamos frente a la puerta de una casita de dos plantas que parecía recién reformada, pero, no había nadie esperando y lo único que teníamos eran cuatro o seis botones de un portero automático a los que llamamos. Ante nuestra insistencia salió una británica que dijo en perfecto inglés, por supuesto, que ni sabía nada, ni quería saber. Encantadores y solidarios. 

A través de un email había avisado al propietario de que nuestra llegada coincidiría con la el autobús, suponiendo que sería un poco después de las 19 horas, como así fue. Pero allí ni se asomaba ni aparecía nadie así que a la desesperada llamé al número de teléfono que venía en la reserva. Pero marqué mal olvidando uno de los dos ceros que preceden al prefijo del país, por lo que no conseguí establecer la llamada. Lo siguiente fue llamar a booking pero la saturación de estas fechas obligada a dar el número de reserva, luego el pin y a esperar turno alargando la respuesta. Mientras lo hacía vimos una señora que bajaba de un coche y Angel se dirigió a ella quien amablemente llamó a la persona que ella pensaba que podría ayudarnos, como así fue.

Al parecer el propietario no la había dado  instrucciones  adecuadas que coincidieran con las nuestras, que no teníamos ninguna, así que ella esperaba algo en algún sitio y nosotros otra cosa totalmente diferente en otro.

Subimos al estudio que me resultó algo justo. Pero el tamaño no fue lo más importante. Era un sitio muy caluroso y tan solo tenía una ventana que parecía dar a un muy pequeño patio interior que era un tubo cuadrado de unos  9 o 12 m2. Por tres lados estaban las paredes de edificios y de frente, la pared se elevaba un metro por lo ante nosotros teníamos  un muro y  arriba ya un trozo de cielo. Esto además, impedía que circulara el aire. Afortunadamente había un buen ventilador sin el que no hubiéramos podido pasar la noche ya que estuvo funcionando sin descanso. Pero además el estudio tenía otras pequeñas deficiencias en cuanto a equipamiento, detalles pequeños pero que tenían su importancia y que lo hubieran hecho más acogedor.

Instalados, dejamos nuestras cosas y nos acercamos al centro comercial La Vie. Allí entramos en el supermercado Pingo que a estas horas estaba lleno de gente. Compramos pan, unos bollos para el desayuno, leche, café, queso y alguna cosilla más para salir del paso y nos fuimos a dormir, no sin haber mantenido antes  una conversación con booking para contarles lo sucedido y preguntarles si esto podría pasarnos en el resto de los alojamientos que teníamos contratados por la isla. Pero hoy, lo importante era salvar el alojamiento de mañana y concertamos las 9,30 horas para que una persona del siguiente alojamiento recibiera nuestro equipaje aunque hasta la tarde no podríamos hacer el check in. Parecía al menos que el principal problema para mañana podía quedar resuelto con lo que con relativa tranquilidad nos fuimos a dormir.

Durante la noche nos despertó el sonido de algún móvil recibiendo whassap –y no solo uno o dos- y cuyo propietario debió decidir que su teléfono estaba más fresco en una ventana, o que allí no le molestaba a él, así que de vez en cuando, sonaba el “bit-bit” agudo y molesto.

30 de septiembre

Alojamiento: Canavial terrace@heart of Funchal (49 €)
Recorrido: Funchal (mercado de los labradores, Sé, Iglesia de los Jesuitas, Fuerte de Sao Tiago, Rua Santa Maria)

Desayunamos y nos dirigimos al segundo alojamiento pero sin dejar la llave del primero. No quería arriesgarme a que no apareciera el responsable   del segundo y no supiera que hacer con mi equipaje, a pesar de que a través de un email en inglés su propietaria me había confirmado la noche anterior la hora e informado del nombre de la persona que nos recibiría.

Pero mis temores fueron infundados ya que a las 9,30 apareció Dulio, aparcó su coche se presentó, abrió su maletero e introdujo nuestras maletas acordando las 15,30 para hacer el check in. Y marchó. Pensé: “ahí van mis maletas y me quedo con lo puesto. Y no le conozco de nada”. Y siempre me digo lo mismo: viajar supone en sí un shock ya que has de confiar en muchas personas a las que no conoces de nada y en un ambiente también desconocido. Y este era el caso. Pero Angel, siempre más prudente y algo más desconfiado  que yo, tomó una fotografía a la matrícula del coche según marchaba por un “por si acaso”.

Y puse en marcha el navegador de teléfono que a través de callejuelas, al principio algo destartaladas pero luego mucho más amables, nos llevaron hasta nuestro primer destino de hoy, el mercado de los labradores.

Y con respecto a las utilidades del teléfono móvil decir que yo siempre había comprado el teléfono “el bombazo”, el más barato ya que solo lo quería para llamar y luego para hacer alguna  fotografía decente en caso de imprevisto. Pero he reconocido a la fuerza que el teléfono lo uso como un pequeño ordenador. No solo estoy comunicada en cualquier momento con mi familia, si no con el resto del mundo. Guardo toda la información del viaje, billetes, reservas, rutas…, lo uso de navegador, cuando conduzco y cuando camino por ciudades y pueblos, con la autocaravana a través de una aplicación busco lugares de aparcamiento o de pernocta, y durante estos días, además he encontrado dos nuevos usos: descargarme las tarjetas de embarque sin tener que acudir a la recepción del hotel/apartamento donde me hospedara 24 horas antes del vuelo para obtenerlas, y llegada la hora de comer, buscar un restaurante cercano a través del google maps accediendo a opiniones de otros usuarios y puntuaciones dadas. Además de eso, a través de  él voy guardando las fotografías que hago con la cámara, un proceso algo laborioso pero que me garantiza que si la tarjeta de la cámara falla, las tengo “salvadas”. Así que con todas estas nuevas aplicaciones parece que me duele menos gastarme lo que vale ahora cualquier Smartphone de gama media.

Pero entramos en el mercado de los labradores, que a estas horas bulle de vida y color. Los comerciantes ocupan el centro y los laterales de este pequeño mercado y se afanan en mostrar y vender sus productos.
Inaugurado en 1940, consta de dos edificios  con dos plantas. En uno de ellos se venden frutas, verduras, hierbas aromáticas, flores, souvenir, etc., y en otro el pescado.


Algunos puestos tenían colocados sus productos ordenadamente y los colores y sus contrastes mostraban un cuadro casi perfecto para unas fotografías. Más que Portugal parecía cualquier país nórdico. Algunas frutas llamaron nuestra atención por su exotismo y nuestra ignorancia.

En la parte superior de este edificio encontramos las especias y al igual que en algunos puestos de fruta, su colocación y exposición teniendo en cuenta sus colores los hacían dignos de fotografiar. También aquí encontramos puestos de souvenir donde vendían paños, toallas, bebidas, dulces.

Los distintos colores y formas, combinados o en contraste dotaban a todo el conjunto de una gran  vida, y animación.



Pasamos al otro edificio, el mercado del pescado, donde vendían pargos, las espadas, caballas, atunes, chicharros, lapas enormes, etc.  No tan agradable como el anterior, pero pasear entre los puestos resultaba interesante.











De aquí nos dirigimos a la descubriendo la tranquilidad de sus calles, limpias, serenas,  con sus bonitos adoquinados portugueses formado dibujos geométricos, y gente que caminaba apaciblemente. Y turistas había, pero asumibles. Pocos grupos y pequeños y algo que nos sorprendió agradablemente: ningún chino lo que parecía casi imposible.

Del siglo XV, la ordenó construir D. Manuel I, quien se sentía tan orgulloso de la adquisición de su nueva provincia insular que envió a unos de los arquitectos más importantes de Lisboa para construirla. 

Su exterior es sobrio, de piedra volcánica rojiza  y pintada de blanco. La zona más ornamentada está en uno de sus laterales y el pórtico principal es muy sencillo.




En su interior celebraban misa  por lo que después de un breve vistazo salimos al exterior esperando a que terminaran. De nuevo dentro destaca el techo  cubierto con un artesonado de madera decorado con figuras geométricas de marfil así como la sillería del coro, tallada  con  grandes figuras de los Apóstoles y el rico altar mayor.

De aquí nos dirigimos a la iglesia de los jesuitas. Y aquí llegamos también usando el navegador. La encontramos en la amplia y luminosa plaza del pueblo. Su estilo marca la transición de un estilo manierista europeo al barroco portugués y fue uno de  los más difundidos por la historia.

Si su blanca fachada puede ser calificada como austera no así su sorprendente interior.  Destacan una colección de retablos con pan de oro del siglo XVII así como el altar mayor considerado como una joya de las tallas de la época en Madeira. Igualmente los muros están cubiertos de azulejos típicos de una excepcional belleza, confeccionados en talleres lisboetas. Y en  el techo un bonito trampantojo. Es digna de ser visitada  y bien merece dedicarla unos minutos.

Nos dirigimos hacia la torres –Angel nunca se resiste a subir a un buen otero-  y de camino descubrimos su sacristía con techos decorados con flores pintadas al fresco  y paredes revestidas de azulejos azules y blanco del XVII. Y de allí ascendimos para contemplar unas bonitas vistas de Funchal. Nos sorprendimos al descubrir unas filas de tejas “especiales” que dedujimos que servían para caminar sobre ellas.

Arriba encontramos una pareja de británicos que celebraban su 50 aniversario e iniciamos una brevísima conversación que cesó en cuanto vimos que él era “pro brexit” y ella intentaba callarlo aunque le faltó tiempo para quejarse de que viajar para ellos era complicado ya que tenían que cambiar las libras por euros. Supongo que para él sería lógico que en cualquier establecimiento le aceptaran las libras como si fueran euros y al igual que los franceses que se molestan cuando no hablan su idioma, él lo hacía por no poder pagar en su moneda. Pensé no sin cierta crueldad: “¡que se jodan!”.

Y de aquí ya nos quedaba la visita a la zona este de la ciudad en donde se encontraba el fuerte Sao Tiago, del siglo XVII y construido para defender la ciudad. De camino a él descubrimos la calle de Santa María, alegre, desenfadada, cuajada de mesas y sillas de restaurantes que se alineaban en ella ofreciendo sus menús a los turistas que transitaban por ella.


Llegados a lo que parecía el fuerte encontramos un restaurante dentro y el fuerte cerrado así que anduvimos alrededor de él sorprendidos por  la gente que estaba tumbada alrededor  “tostándose” cual si de una plancha se tratara ya que era cemento, aunque eso sí, con acceso al mar, algo complicado, pero posible.








De vuelta disfrutamos paseando por la Rua de Santa María  donde las puertas de los distintos negocios están pintadas con hermosos motivos.   

Es una de las calles más antiguas de la ciudad y alrededor de ella nació y creció esta ciudad. 

Al parecer hasta el  2010 muchos edificios de esta zona, la 'Zona Velha' (zona vieja) de Funchal se encontraban casi abandonados. Un barrio con historia pero gris. 

Se comenzó entonces un proyecto en el que a través de las puertas pintadas la llenó de color. 

A lo largo de ella se han arremolinado terrazas,  tiendas de souvenir  y sobre todo restaurantes. Los camareros ofrecen sus menús invitándote a comer en sus negocios por lo que se camina“regateando” en todo el recorrido.

Pero nosotros nos dirigimos al restaurante “Dos Combatentes” por donde habíamos pasado por la mañana y realizado una reserva para las 14 horas ya que las críticas eran bastante buenas llegando a calificarlo de un “lugar imprescindible”.

A la hora acordada llegamos. Tomamos, Angel un bacalao que estaba bueno y yo pedí unos filetes de pavo que sinceramente, estaban secorros. El servicio muy bueno y atento. El precio muy aceptable, 31 euros los dos con agua y un postre, pero la comida…dejó que desear. Y con cierto desengaño, marchamos a nuestro encuentro con Dulio para hacer el check in y mientras esperábamos en la puerta se me pasó fugazmente por la cabeza la posibilidad muy remota de que no apareciera con nuestro equipaje. Pero esto no ocurrió.

El apartamento era estupendo con una terraza con vistas laterales a una colina de la ciudad y una habitación que daba a la parte trasera y aunque el “paisaje” era de casas semiderruidas, la paz estaba casi garantizada ya que la calle a la que daba el balcón era perpendicular a una gran arteria de la ciudad. Así Dulio nos dio unas cuantas instrucciones del funcionamiento de la televisión, aire acondicionado, placa vitrocerámica, etc., y con él bajamos al aparcamiento ya que necesitábamos plaza la noche del  domingo al lunes, para identificarla y terminar de darnos las instrucciones pertinentes. 




Y agradecimos enormemente la plaza y en cuanto al apartamento decir que estaba muy bien equipado y no echamos en falta casi nada, bueno, el horno, como en todos ya que no sé por qué en el equipamiento de todos ponía que lo tenía cuando en ninguno era verdad y la diferencia entre horno microondas y horno existía en la descripción

Deshicimos algo el equipaje ya que aquí íbamos a estar tres noches y descansamos hasta, increiblemente, las 19 horas.

Son ahora las 22 horas y nuestros vecinos británicos a los que llamamos Mildred y John, parece que se han ido a la cama ya. Y es que a las 17,30 parecían estar cenando.  John nos ha resultado simpático ya que  durante los tres días de estancia nos ha mostrado  toda su variedad de calzoncillos cuando salía a la terraza paseándose a pecho descubierto. A veintitantos grados debía de estar achicharrado.

A las 19 salimos a ver el espectáculo programado para hoy en la avenida de Arriaga dentro de la fiesta del vino, música en directo. Allí, sentados a un lado del escenario sobre el césped, fuimos espectadores de un buen grupo que versionaban temas de éxito atreviéndose hasta con Pink Floid. Y no lo hicieron hada mal.

A la caída de la luz, nos acercamos de nuevo al Pingo donde compramos algo más para sobrevivir sin tener que depender de tener que salir a buscar comida si no nos apetecía. Después disfrutamos de una estupenda cena en nuestra terracita y nos fuimos a dormir.

31 de agosto

Alojamiento: Canavial terrace@heart of Funchal
Recorrido: Jardines de Monte Palacio, cesteiros, Jardín botánico.

Por lo que tenía pensado visitar hoy creí que me iba a sobrar tiempo que podríamos dedicar air a  la cercana playa de Formosa a tan solo tres kilómetros y medio de donde estábamos.
Así que nos levantamos con mucha tranquilidad y después de desayunar nos acercamos andando a tomar el teleférico hacia los jardines de Monte palacio. Esta vez no necesitamos ya el navegador  para movernos por esta pequeña y amable  ciudad que conocimos ayer, y que “leímos” en parte “con los pies”.

Después de pagar 11 euros por cabeza comenzamos una espectacular subida a gran altura hacia los jardines, cerca de los cuales nos deja el teleférico.

12,50 euros cada uno, nos entregan un mapa con sugerencias de recorridos y nos introducimos en un espacio casi mágico.

Este jardín alberga cerca de 100.000 especies vegetales, entre ellas una colección de cicas que por su edad, se consideran fósiles vivos. De 72 especies conocidas de cicas, aquí hay cerca de 60 variedades.

Comenzamos  en un edificio que albergaba una colección de gran variedad de  minerales, especialmente hermosas geodas colocadas artísticamente. Leemos que cuenta con cerca de  700 muestras procedentes de Brasil, Zambia, Perú y Argentina, entre otros países. 

En otro edificio cercano visitamos  una exposición de esculturas contemporáneas de Zimbawe.





Y ya nos dedicamos al jardín, introduciéndonos por senderos que nos sumergían en un bosque donde se mezclaban distintas especies vegetales desde árboles, como secuoyas, laureles y brezos, a arbustos y plantas ornamentales como azaleas, hortensias, agapantos  y una gran variedad de helechos. 

Presenta también un espacio dedicado a la flora madeirense, en el que se encuentra la mayor parte de las variedades de Laurisilva .
Disfrutamos de sus jardines orientales, uno en la parte central superior  y otro en la inferior  que resultaron  deliciosos y encantadores  donde a parte de la vegetación, hay detalles japoneses como pagodas, puentes, arcos, dragones así como budas, caminos llenos de bambú y en los lagos podemos ver a los peces koi variados en tamaños y colores.

El paseo se hace mucho más agradable por la escasa gente que transita por él. 





Llegamos a la parte inferior donde se encuentra el palacio y un pequeño lago y desde allí llegamos al final para asomarnos a su terraza y contemplar Funchal al fondo y el siempre presente océano Atlántico mientras degustamos una copa de vino de Madeira con la que nos obsequiaron.



Entre macizos de flores ornamentales  de distintas variedades ascendimos de nuevo hasta la puerta de entrada y dimos por terminada nuestra visita a este hermoso lugar después de una hora y media y nos dirigimos a los cesteiros para descender unos metros en estos tradicionales y curiosos artilugios.




30 euros si van 2 personas y 25 si es solo una.


Al llegar contemplamos como de un camión descargaban los cestos en los que nos subiríamos. Dedujimos que una vez que se desciende con ellos, es el camión el que sube a  “conductores” y cestos cerrando así el círculo.

Se tiene constancia del uso de estos carros desde mediados del siglo XIX. Al parecer su origen está en una forma de transporte rápido que utilizaban los habitantes de los barrios altos de la capital, sobre todo del de Monte. Al utilizar estos carros/bancos de poco peso, la subida, aunque más lenta era relativamente cómoda. 



Los carros de cesto están hechos de madera y mimbre. En realidad se trata de “asientos o bancos móviles” que se desplazan gracias a dos conductores que acompañan la bajada del carro a través de las calles de Funchal. Como trineos sin nieve se desplazan sobre el asfalto. 

Los carros son de dos asientos, pero si se es pequeño o se va acompañado de niños pueden bajar hasta tres personas.

Y apenas tuvimos que esperar cola ya que es rápido y quizás el procedimiento sea tan rutinario que resta encanto al momento y momentos que se viven, al menos para mi, ya que queda reducido a pagar, subir y enseguida te hacen sentarte. Abrumada por la celeridad, pedí “tiempo muerto” para poder hacernos una foto antes, pero me dijeron que abajo, y sin darme tiempo a más, iniciamos el descenso justo detrás de otra cesta con tres ocupantes.


No existe ninguna comunicación con los tripulantes, ellos se limitan a ir detrás, hacer su trabajo consistente en guiar la cesta a través del descenso en las curvas y frenarla cuando adquiere mucha velocidad  hablando únicamente entre ellos. Nada más. Afortunadamente llevaba el teléfono puesto en el palo de selfie por lo que pude tomar alguna fotografía y grabar algunos momentos del descenso, pero me resultó tan frío y distante que sinceramente, y me repito, para mi pierde encanto.  Para ellos es un trabajo rutinario más y lo dejan traslucir claramente, mientras que para el turista son unos momentos únicos. Una lástima esa frialdad y falta de comunicación entre “tripulación y tripulantes”.

Así, conducidos por nuestros dos cesteiros impecablemente vestidos de blanco y tocados con sombreritos de paja nos pusimos en la línea de salida y descendimos a gran velocidad como si se tratara de trineos sin nieve, por estrechas calles cuyo asfalto brillaba como pulido, supongo que por el efecto del continuo desplazamiento de los cestos. Ellos iban colocados en la parte trasera bajándose en determinados momentos para frenar  usando sus botas con suela de goma y guiar la cesta en las curvas.


Casi sin darnos cuenta llegamos al final. Dos kilómetros de distancia y centenares de metros de desnivel salvados en un viaje de menos de 10 minutos a toda velocidad. Ni siquiera se despiden de nosotros y alguien nos dirige para vendernos la fotografía del descenso, 10 euros por ella. Sinceramente, el trato no invitaba para nada a ello  y yo creía tener un buen reportaje gráfico de estos breves momentos, así que la rechazamos.

Unos metros más abajo nos encontramos con minibuses que recogían turistas, suponemos que de grupos de hoteles y una flota de taxis que ofrecían sus servicios. 

Un taxista se acerca ofreciendo su vehículo e informándonos de  que para llegar a donde queremos, el jardín botánico, tenemos que tomar dos autobuses. En un principio no le creo ya que en el plano ambos figuran relativamente  cercanos así que decido consultar al móvil (otra utilidad recién descubierta) cómo llegar en transporte público desde donde estoy al jardín, y efectivamente, hay que bajar al centro de la ciudad, al mercado de los labradores y luego tomar otro autobús. El teléfono nos da incluso los tiempos de espera. Preguntamos a una adolescente que esperaba en la parada y nos lo confirma. Como vemos turistas que descienden caminando, la preguntamos y nos dice que se tarda mucho y de nuevo el móvil lo confirma. Así que no nos queda más remedio que esperar el autobús, que según esta joven está a punto de llegar, o tomar un taxi. Decidimos esperar pacientemente. Aunque son las 12,30 y tenía que haber venido uno, no lo ha hecho y casi a punto de ceder a la tentación del taxista, a las 12,50 llega nuestro transporte.

Y el descenso resulta otra experiencia “vital”  ya que como debe ir con retraso lo hace a toda velocidad por callejuelas casi imposibles usando el freno con la misma agilidad o más que el acelerador así que  incluso sentados, vamos agarrados a las barras porque tememos salir lanzados en uno de los frenazos. El resto de los pasajeros lo viven como algo normal, pero a nosotros se nos ponen los pelos como escarpias.

Y claro, en muy pocos minutos estamos en nuestro destino, pero ahora tenemos 25 minutos de espera para tomar el  otro autobús que sube al jardín botánico, el 31  y 31A, y me extraña no ver ningún turista hasta que descubro el motivo: un teleférico que lleva también al botánico.

Aprovechamos el tiempo de espera informándonos de los horarios de vuelta del autobús ya que al ser sábado son mucho más estrechos. De hecho, parece que hay uno a las 14.55 y el siguiente sería una hora o más después, así que decidimos visitar el jardín en este intervalo para no perder el autobús y estar obligados a esperar.

Y el ascenso hasta el jardín es también otra experiencia porque el autobús entra por calles que para mi serían imposibles, incluso en una curva de 90 grados se queda a esos  3 cm de la pared de una vivienda. Me resulta sorprendente.

Y ya en el jardín comprobamos no sin cierta tristeza que exceptuando la archiconocida fotografía de la zona de colores, una terraza cultivada con plantas creando motivos geométricos, el resto no merece mucho la pena  e incluso lo encontramos algo descuidado y sucio, así que, pese a ver señales que nos dirigían al teleférico, decidimos salir diez minutos antes de las 15 horas ya que el teleférico no dejaba de resultar caro en comparación con el autobús (8 euros frente a 1,90) y siempre, si nos aburrimos de esperar el autobús, podemos regresar al cable.


Pero en la salida un taxi nos ofrece sus servicios por 6 euros y tras dudarlo unos segundos –tiempo que tardamos en “procesar” la información- decidimos que merecía la pena tomar el taxi que descendiendo vertiginosamente por una pendiente en línea recta nos depositó en cinco minutos junto al mercado de los labradores. 

Nos dice que en la Rua de Santa Maria se come bien y nos recomienda un sitio, pero una vez en esta calle…perecemos a los ataques de los camareros que nos ofrecen comer en su restaurante y nos quedamos en “el Jardin”  por 15 euros el menú, y como nos parece algo caro para ser menú, elegimos unos platos sueltos de la carta: ensalada,  una espetada de calamares y otra de carne estofada  y todo por un precio similar al de ayer pero en mi humilde opinión la cocina fue superior.

“Matado quien nos mataba” iniciamos el  regreso al apartamento topándonos con la celebración de un ralie de motos. Llegamos alrededor de las 17 horas y estuvimos dormitando hasta las 19.15 en que decidimos salir a disfrutar  de otro espectáculo de música similar al de la tarde de ayer resultando ser entretenido pero no tan bueno como el del día anterior.

De vuelta a la caída de la tarde, al Pingo, cena agradable en nuestra terracita y a dormir algo inquieta por si mañana a las 9,00 tendríamos nuestro coche.

1 de septiembre.

Alojamiento: Canavial terrace@heart of Funchal
Recorrido: Punta Sao Lorenzo, Pico Arieiro, Eira do Serrado, Mirador do Rancho, Cabo Girao

Cuando preparaba el viaje pensé dedicar este día a visitar la isla de Porto Santo. Pero el  ferry tardaba unas 5 horas entre ida y vuelta  a lo que sumamos su costo total: unos 60 euros cada uno, 120 en total, más el alquiler de un par de bicicletas eléctricas (la isla es muy pequeña para un coche pero lo suficientemente grande como para  necesitar un medio de transporte), lo que subiría el importe de la excursión a  cerca de 200 euros. Pero hubo una circunstancia más que resultó decisiva: el temor a desplazarnos en bicicleta a lo largo  y ancho de la isla compartiendo la carretera con los coches. Todas las circunstancias sumadas me inclinaron a sustituir la visita a la isla -en la que parecía que lo más destacado  eran sus 6 kilómetros de playa, aunque yo encontré más atractivos-, por un día adicional en Madeira así  que amplié el alquiler del coche a un día más por 30 euros destinándolo a hacer un recorrido circular que comenzaría en la Punta de San Lorenzo para seguir por el Pico Arieiro y descender por Eira dos Serrado y el Valle de las Monjas hasta Funchal de nuevo.

Así que nos preparamos y a las 9,00 en punto apareció Rogelio  (+351 913 751 791) de Funchal Car Hire     con nuestro coche, un citroen C4, de una categoría un poco superior al que habíamos contratado inicialmente. Y es que hay que señalar que después de nuestra experiencia hace un par de años por el norte de Tenerife en donde alquilamos un turismo básico y nos vimos y deseamos con las impresionantes cuestas de los Realejos, decidimos, leído lo leído sobre esta isla, alquilar alguno de más categoría que nos permitiera ir más relajados. Y añado ya, anticipándome en el relato, que no nos arrepentimos.

Rogelio nos dio unas breves instrucciones y nos emplazamos para el domingo siguiente a partir de las 16 horas aunque nos comunicaríamos a través de wasap una vez que supiéramos con relativa seguridad nuestra hora de llegada. Y es que podíamos haber ampliado la entrega al día siguiente e ir al aeropuerto en el coche, pero siempre pensamos en que en nuestro trayecto pueda ocurrirnos algo así que pensamos que íbamos mucho más tranquilos en el aerobús, como habíamos venido.

Y pusimos en marcha el navegador hacia nuestro primer destino circulando por la autovía en dirección noreste. Atrás dejamos la curiosa pista del aeropuerto con su bosque de pilares que se elevan sujetándola para entrar en esta pequeña península que conforma la punta de Sao Lorenço  (32.743093; -16.701165) .

La Punta de Sao Lorenço es una península que junto a dos islotes forma el extremo este de la isla de Madeira. Es un gran brazo de rocas en el que pueden divisarse a lo lejos las otras islas del archipiélago portugués.

El día estaba gris, pero la temperatura estupenda para dar un breve paseo. Existe una senda de varias horas de duración y decidimos andar un poco y cuando nos cansáramos regresar. Así descendimos por una estrecha vereda desviándonos en primer lugar a nuestra derecha para asomarnos a la costa y  una vez retornados a la senda principal, tomar un caminito que salía a nuestra izquierda y que nos llevaría al otro lado de esta pequeña península que forma la punta de San Lorenzo.

Desde allí admiramos la escarpada y desolada costa  con varios morros volcánicos y otras formaciones calcáreo-arenosas de tierras de colores rojizos, negros, amarillos y pardos que contrastaban  vivamente con el azul del mar. Es un lugar de una belleza peculiar y completamente distinta al resto de la isla. Aquí el protagonismo de la  aridez es indiscutible, frente al verdor que reina en el resto.




De regreso al coche pusimos ahora rumbo al Pico Arieiro (32.734812; -16.928610) una de las dos cumbres más altas de la isla con sus 1818 metros, así que ahora nos tocaba ascender vertiginosamente sucediéndose las curvas y  pronunciadas inclinaciones  a la par que íbamos descubriendo la exuberante vegetación que tapizaba esta isla: hayas, tejos gigantescos, robles, acacias, brezos, castaños, distintas especies de helechos, etc. Pero estos bosques van dejando paso poco a poco a un paisaje desnudo, propio ya de tierras más altas hasta que nos encontramos con un cinturón de nubes y circulamos rodeados por ellas  hasta que desaparecen y de nuevo el sol nos envuelve. Ahora ya solo encontramos roca desnuda como elemento más predominante a esta altura.

Y si bien hay que decir que las carreteras son retorcidas y de pronunciadas pendientes, también que son buenas y están bien conservadas por lo que sin mayores problemas alcanzamos el aparcamiento que nos depositó cerca de la cumbre del Pico Arieiro aunque al estar lleno tuvimos que buscar un sitio en la cuneta.

Y asomados a la cara sur contemplamos unas impresionantes vistas. La ausencia de vegetación es compensada por una interminable sucesión de sierras y hermosos e impresionantes precipicios. Ante nuestros ojos aparecen profundos valles con casitas al fondo desperdigadas o en pequeñas agrupaciones y crestas con pronunciadas aristas  y laderas tapizadas de verde. En su cara norte descansa la niebla que hemos atravesado en nuestro ascenso.  En la cima giramos sobre nuestros pies para abarcar esta  hermosa inmensidad.



De aquí ponemos rumbo a Curral das Freiras a donde descendemos por una serpenteante carretera que tiene horario de apertura y cierre lo que nos resulta singular  para detenernos en el mirador de Eira do Serrado (32.710435; -16962132) donde dejamos el coche junto al restaurante del hotel Estalagem  y caminamos unos metros hasta asomarnos a un vertiginoso mirador que pone a nuestros pies el profundo valle de las monjas.

Situado a 1095 m de altitud, ofrece unas impresionantes vistas panorámicas de Curral das Freiras.  Una corona de elevadas crestas se elevan formando  un profundo valle que se abre al sur hacia el mar. No apto para los que sufran de vértigo y espectaculares para el resto de los mortales.

Abajo vemos dibujado el río, casitas y nuestra vista abarca toda la inmensidad, desde las magníficas cimas hasta el fondo de este escarpado valle. Aquí no hay nubes que impidan recorrer cada rincón y resulta un espectáculo impresionante.

Desde el aparcamiento nos asomamos hacia el mar y descendemos  tratando de cerrar el círculo que iniciamos esta mañana. Pero vamos muy bien de tiempo, por lo que decidimos ir a alguno de los miradores que teníamos previsto visitar el último día, el de regreso desde la costa oeste a Funchal.

En nuestro recorrido y siendo ya la hora de comer, vemos un pequeño restaurante de carretera a nuestra izquierda que tiene muchos coches aparcados en la cuneta así que pensamos que podría ser un buen lugar para “restaurarnos”.

Sorprendentemente nos encontramos con un sitio muy barato y decidimos quedarnos tomando posesión de una mesa larga de madera que miraba hacia la carretera. A esta mesa estaba clavada una barra de hierro  de unos 50 cm de largo que comprobaríamos luego que servía para colgar lo que nosotros llamamos “pinchos morunos” y ellos “espetadas” y que son varas largas de metal en este caso pero que lo habitual es que sean de laurel, en los que han ido pinchando grandes trozos de carne y bajo la cual ponen un plato que recoge la grasa y sangre que cae.

Observamos los platos que degustaban en la cercana mesa y pedimos lo que a nuestros ojos gustaron más, dejándonos también aconsejar por la joven que nos atendía.  Así pedimos una ensalada para compartir y una espetada grande para los dos, agua y probamos el “bolo do caco” una especie de pan plano que abren, untan de manteca o mantequilla, tuestan y luego echan ajo y perejil y que estaba delicioso, pero…se nos escapó una especie de tacos que estaban hechos con harina de maíz y fritos después. 

Cuando quisimos pedirlos nos dijeron que tardaban quince minutos en hacerlo, así que decidimos conformarnos con lo que habíamos pedido terminando  con un postre parecido a tarta de queso con mermelada de maracuyá  y que resultó más que  suficiente. El lugar se llamaba parada de los eucaliptos (32.689762; -16.953746).

Dejamos este peculiar lugar alegrándonos de nuestra buena suerte, para dirigirnos al mirador del Rancho cerca de Cámara de Lobos. Y en nuestro camino fuimos aún más conscientes de los espectaculares desniveles de esta isla ya que el ascenso lo hacíamos por pendientes casi imposibles y con coches aparcados en medio de la carretera. Digo “aparcados” pero realmente aquí no aparcan, sencillamente dejan el coche donde les viene bien y se van, así que al pronunciado y tortuoso ascenso había que sumar el “sorteo” de vehículos dejados en medio de la vía para lo que había que invadir el sentido contrario y esperar que no viniera ninguno de frente. Y no se nos dio mal, pero es para poner los pelos de punta.

Una vez en nuestro destino no teníamos donde aparcar ya que únicamente había cabida para cuatro o cinco turismos. El mirador de Rancho está situado en el sitio de Rancho, en un acantilado sobre el mar, con excelentes vistas a Cámara de Lobos, el océano y el acantilado de Cabo Girão y tiene un teleférico con acceso a la faja de Rancho y un restaurante  (32.652601; -16.992573).

Por turnos, nos asomamos para contemplar las paredes de este acantilado  y después nos  dirigimos a Cabo Girao (32.656630; -17.004554) y para llegar, más de lo mismo: empinadas subidas, curvas, cuestas casi imposibles, coches aparcados….pero el mirador es absolutamente espectacular, principalmente porque en su extremo el suelo era de cristal.  Así que allí no solo contemplábamos unas hermosas vistas sobre el atlántico y Funchal así como de los cercanos acantilados de paredes verticales, sino que a nuestros pies teníamos la playa  dibujándose claramente la línea de la costa. 

Desde luego no era apto para quienes padezcan de vértigo.

Este acantilado con más de 580 metros de altura, es el más alto de toda Europa y el segundo más alto del mundo. Si hubiera habido menos gente, hubiéramos disfrutado mucho más, pero creo que en un lugar así es prácticamente imposible.

Y ya nos dirigimos de regreso al apartamento dando por terminado el día. Sin mayores problemas el navegador nos llevó hacia el centro comercial La Vie y entramos en el aparcamiento. Encontramos nuestra plaza sin dificultad pero cuando tomamos el ascensor, no fuimos capaces de encontrar la salida de un edificio comercial y casi deshabitado y asomados a sus largos, semioscuros y desérticos pasillos me recordaba a la película de “El Resplandor”. Sin perder la calma y por ensayo-error dimos con la salida y de paso, compramos nuestra cena que tomamos una última vez en nuestra terraza para después recoger nuestras desparramadas cosas y prepararnos para abandonar mañana este apartamento.

2 de septiembre

Alojamiento: Casa Capelhina (Ponta Delgada) (57,60€)
Recorrido:  Levada de los Balcones (Ribeiro Frio), Santana, Pico Ruivo.

Decidimos salir temprano de Funchal así que a las 7,30 estábamos en pie y una hora después dejábamos el apartamento hacia el garaje sin otra cosa que destacar que la resistencia de la barrera a ser abierta para dejarnos salir.

Rumbo directo a Ribeiro Frío, a la levada de los balcones.

Pero el día ha amanecido nublado en Funchal y la niebla nos amenazaba. Sigo las indicaciones del navegador que me introducen en Funchal para cruzarla y no me gusta nada de nada, pero lo peor llega después cuando en un cruce y tras girar 90º  me encuentro con una carretera que en línea recta parece trepar más que ascender por la ladera dirección norte, con una pronunciada inclinación. Casi no me dio tiempo de reaccionar así que pisé el acelerador y trepé, porque eso no era subir. Lo peor llegaba en los cruces. Creo que no tenía prioridad, pero no lo recuerdo. Pensaba que si me paraba no iba a conseguir arrancar y me iría marcha atrás, aunque el coche tenía un mecanismo auxiliar de retención (creo que lo llaman en los coches modernos “ayuda al arranque en pendiente” ) así que el “juego” de “acelerador-embrague” para que este no ocurriera y que me enseñaron hace…¿48 años? No me hacía mucha falta.

Me alegré de tener un vehículo con más potencia ya que respondió sin mayores problemas, pero…no me gustó nada de nada comenzar el día así. Parecerá exagerado, pero casi que me revolvió.
Por tortuosas carreteras y perseguidos por un día gris ascendimos entre bosques verdes con gran densidad de vegetación y así llegamos a Ribeiro Frio.  Y allí nos costó encontrar el punto exacto en donde empezaba la levada de los balcones aunque la descripción que llevaba era correcta: junto al restaurante  del mismo nombre.

La ruta comienza a la izquierda de la carretera (32.735416; -16.886339) por una  pista ancha que asciende muy suavemente. Vimos autocares grandes y microbuses que llegaban escupiendo turistas pero la mayoría descendía, suponemos que hacia otra levada que comenzaba justo enfrente. Y menos mal, porque si me horrorizan los grupos, en medio de una senda en un bosque me hubiera costado trabajo concebirlas.

La niebla lo rodeaba todo. En determinados momentos parecía abrirse pero no lo conseguía, así que resignados iniciamos esta levada con nuestros chubasqueros y con lluvia intermitente, la chirimía moja-bobos o pelo de gato como lo llamaban en Costa Rica.

Las levadas son canales de agua de una profundidad de medio metro que se encuentran por toda la isla y que, en su origen, estaban destinadas para abastecer de agua a la región del sur de Madeira para regar los cultivos y llevar agua a las poblaciones. Fueron construidas a partir de mediados del siglo XVI y en algunos casos leo que supusieron auténticas obras de ingeniería, ya que muchas  fueron esculpidas en las montañas  y algunas atraviesan túneles llegando a haber unos 40 kilómetros de éstos.

Existen unos 2500 kilómetros de levadas, y pueden recorrerse por senderos paralelos a las mismas y, a veces, sobre ellas mismas. Algunas discurren por acantilados al borde del mar, y otras, por el interior de la isla, a través de lugares más protegidos; a veces son muy estrechas y otras son como pistas forestales y en todas ellas se pueden disfrutar  de magníficos paisajes. Las levadas forman parte del patrimonio cultura de la isla.

El camino de esta levada era muy fácil, plano y transcurría dejando a nuestra izquierda el canal de agua y sumergiéndonos en un bosque húmedo de vegetación densa donde se mezclaban diversas especies vegetales, desde arbóreas, helechos, matorrales…hasta las casi siempre presentes hortensias y agapantos que se alineaban a lo largo del camino. Algunas aún mantenían la flor pero la mayoría están ya pasadas. Esto en primavera en que debe ocurrir la máxima floración debe ser un auténtico jardín.

En nuestro camino únicamente nos cruzamos con una familia portuguesa y sin que la niebla se disipara llegamos al final. Y lo único que contemplamos desde este supuesto “balcón” es un montón de niebla. Mala suerte.

Pero… encontré mi “palo”, y es que me he acostumbrado tanto a caminar con un bastón que lo echo mucho de menos y no he parado hasta que he encontrado uno que podía hacer su función.

Y de regreso la anécdota de coincidir con un numeroso grupo a la cabeza del cual se encontraba un guía con una antena y un pompón rojo y al que seguían todos. Me horrorizó solo el pensarlo.


Ahora ponemos rumbo a Santana en la parte norte de la isla para visitar sus casas típicas y ascender después al Pico Ruivo, el más alto de la isla (unos 50 metros más que el Arieiro).

Pero en Santana, más de lo mismo y vemos con tristeza como la niebla cubre todas las cimas. Visitamos sus curiosas viviendas, similares a las barracas valencianas, llamadas palhoças, de fachadas triangulares, tejado a dos aguas de paja y vivos colores (blanco, azul y rojo).Dentro son locales comerciales donde venden productos típicos. Aunque exteriormente parecen pequeñas, el interior es más amplio de lo que parece.

Parece ser que son vestigios de construcciones primitivas de madera y paja que se encontraban por toda la isla. Hay tres tipos de construcción: casas de fachada triangular, cubiertas de paja desde el techo hasta el suelo, formando dos aguas y con un sótano donde se guardaban productos agrícolas.  Otro tipo tiene  el tejado de paja pero que no llega al suelo, sino que está asentado sobre una estructura de piedra y el último  son las casas a cuatro aguas.

En total existen todavía 120 casas en todo el ayuntamiento, algunas todavía habitadas, y nosotros tuvimos la suerte de dar con una de ellas, aunque algo deslucida pero habitada.


Y la niebla era persistente, así que decidimos hacer un poco de tiempo y buscamos un restaurante donde comer y esperar allí a ver si la niebla desaparecía. Y descubro una nueva utilidad del google maps. Soy mayor, que lo voy a hacer, y seguro que muchos ya antes que yo la usaban y con el mismo fin, pero yo la he descubierto ahora. Tan simple como una vez abierta la aplicación, pinchar explorar y luego restaurantes. Y…se hace la magia, apareciendo los restaurantes próximos con la calificación de los clientes. Así nos acercamos andando a uno que distaba bastante de donde estábamos.

Una vez allí, al preguntar por el menú y no comprenderlo, me llevaron a la cocina donde  me enseñaron un puchero lleno de lo que parecía patatas con costillas. Y ese no es uno de mis platos favoritos, así que decidimos buscar otro, pero esta vez decidimos ir en coche.

De camino al segundo restaurante encontramos un supermercado “continente” pero para nuestra tristeza no estaba mejor surtido que el “Pingo” y es que en los viajes que hemos realizado fuera de Europa hemos comprobado que ningún supermercado está tan surtido de comida preparada o semi-preparada como los españoles  y algunos europeos.

El otro posible restaurante era una “quinta” y estaba a las afueras. Apariencia exterior estupenda pero caro y un comedor grande, impersonalizado así que decidimos regresar sobre nuestros pasos y quedarnos en otro aconsejado, “mar y montaña” que a las 14:00 horas estaba casi completo por lo que tuvimos que ponernos fuera. Nos costó unos 18 euros a los dos el menú, pollo, bacalao o atún. Dicho y leído así, parece que falta el primer plato, por lo que pedimos una ensalada para los dos, pero al preguntar nos informan que todos los platos van acompañados de ensalada y/o patatas y en nuestro caso, además, arroz y en cantidad suficiente para que equivalga a un primer plato español, por lo que es más que suficiente. Sumamos un postrecillo de tarta de crema y las 15:00 horas cuando salimos, …no había mejorado nada la niebla.

(En la primavera del 2021, todavía en pandemia, uno de mis hijos con su pareja visitaron esta isla y me sugirieron que  recomendara un alojamiento en Santana "discovery Apartment" (neliogouveiasilva39@gmail.com. whatsapp +351 963844146) o a través de booking.com, airbnb.com, homeaway.com o tripadvisor.com)). Siempre es útil este tipo de información.

Tan solo siete kilómetros nos separaban de la cima del Ruivo así que decidimos probar suerte a ver si arriba la niebla había desaparecido. 

La carretera era buena, aunque algo retorcida como cabía esperar, pero sin nada que destacar, alcanzamos la cima para encontrarnos, igualmente, rodeados por la niebla. 


Estiramos las piernas, y, decepcionados decidimos descender y dirigirnos ya a Ponta Delgada, a nuestro apartamento, Casa Capelinha a donde llegamos alrededor de las 17,30 parando a admirar las vistas desde algún mirador en la carretera.

El apartamento era estupendo con una gran terraza abierta al océano y a los acantilados así que gozábamos de unas espléndidas vistas. Descansamos un poco y salimos a dar un paseo al “centro” de esta pequeña localidad que no tenía nada destacable así que regresamos y tomamos nuestra cena disfrutando de esta hermosa terraza para no tardar en irnos a descansar, algo decepcionados por el día de hoy.







3 de septiembre

Alojamiento: Sunset Cottage en Lombada Velha.
Recorrido: Cueva de San Vicente, senda de Chao dos louros, Cascada Velo de la Novia, Chimenea de Janela, Porto Moniz

Nos levantamos con mucha tranquilidad, desayunamos de nuevo en nuestra terraza con unas vistas de lujo, recogimos nuestros trastos y a las 9,30 pusimos rumbo a la cueva de San Vicente a donde llegamos en escasa media hora.

Encontramos un sitio muy cuidado en muchos aspectos, compramos nuestras entradas y nos emplazaron a las 10,15 para comenzar la visita guiada.

La cueva tiene un origen volcánico. Es un tubo de lava donde ahora el agua, la humedad  y la lava solidificada son los protagonistas junto con la lava solidificada. De la mano de nuestra guía en portugués pero a la que comprendemos bastante bien, vamos descubriendo los tubos secundarios que desembocan en el principal por el que caminamos. En ocasiones, túneles artificiales han sido abiertos para conectar dos tubos.

Pero la gente no para de hablar aunque parece que nuestra guía está acostumbrada a ello. Dice que no sirve de nada llamar la atención,  que hace su trabajo lo mejor que puede e incluso cuando hablamos de los tipos de lava e identificamos una como la “aa” (del hawaiano 'A'?, que significa "pedregosa con lava áspera") cuya superficie esta fragmentada y rugosa, con forma de sierra lo que hace dificil que se pueda caminar por ella, . nos dice que no suele dar el nombre porque si no la gente no para de exclamar luego “¡aa  aa  aa!”.

En un momento determinado llegamos a un hermoso rincón donde el agua cristalina está embalsada formando como pequeños lagos interiores.

Terminada la visita a este túnel pasamos a una pequeña exposición sobre vulcanología donde vemos de forma muy gráfica la erupción de un volcán que hasta expulsa cenizas y piedras. Resulta muy graciosa. 

Después pasamos a un audiovisual donde se nos explica la formación de la isla de Madeira y terminamos con una especie de simulación de viaje al centro de la tierra, introduciéndonos en un ascensor que vibra para después dirigirnos a una sala donde proyectan un video en  3D  que vemos con las gafas que nos han entregado antes. Resulta original y entretenido.

A las 11,30 estábamos fuera y ponemos rumbo para hacer la  Chao dos louros, a unos 7 km de donde estamos.

Y llegados allí encontramos el aparcamiento (32.760178; -17.017072), pero no el comienzo de la senda, aunque al final dimos con ella, unos metros más abajo en la entrada inferior al área recreativa. 

Y es allí  donde encontramos un preciado regalo: varas de laurel, rectas y firmes que nos pueden servir de improvisados bastones para apoyarnos, así que decido cambiar el palo que ayer encontré y con el que no tuve más remedio que conformarme, por este que puedo abarcar mejor con mi mano y lo adapto a mi altura. (Comprobaría después como iba disminuyendo con el uso).

Caminamos en completa soledad  y nos introducimos en un bosque de cuento de hadas caminando entre una frondosa vegetación donde al principio destacan los laureles para luego llamar la atención unos ejemplares tremendos de brezo. Contemplándolos se comprende más su nombre científico: Erica ARBOREA, porque son árboles, no de considerable altura, pero árboles y con unos troncos  muy llamativos.





Destacar que hay que estar atento a las señales que no son muy profusas estando colocadas a bastante distancia unas de otras.

Estuvimos aproximadamente una hora dando un agradable paseo, fácil con alguna que otra subidita, pero corta.


Llegada la hora de comer utilicé de nuevo el google map.  Antes hicimos una parada para ver la cascada de “el velo de la novia” (32.816226; -17.095160) visible desde un mirador al lado de la carretera y desde allí localizamos un restaurante “Las caraibas”  (32.825817; -17.117979) del que los clientes hablaban bien y que distaba unos 2 km.



La carretera que discurre entre San Vicente y Porto Moniz es descrita en algunos sitios como una de las más bellas de Europa pero…me sentí muy decepcionada ya que muchos tramos han sido sustituidos por túneles y aunque en algunos se conserva el trazado original, no parece muy sensato introducirse por ellos por el riesgo de desprendimientos en una zona con escasa conservación, así que apenada, continuamos haciendo túneles a pedazos perdiendo parte de esta belleza.


Y ponemos rumbo al cercano restaurante que resultó estar en medio de la nada junto a una playita de pedruscos. El lugar era muy sencillo, con una hermosa vista a la playa y al mar, y muy familiar. Toda la comida nos resultó exquisita pero en especial el “bacalao verde”. También el polvo (pulpo) servido frito con cebolla y pimiento y con unas patatas exquisitas que sin desmerecer, ya quisiera yo haberlas comido en la afamada “Casa Lucio” de Madrid.


Y esta vez el precio subió algo más. Casi 39 euros por los dos, aunque hay que tener en cuenta que el pulpo fue ya caro y no tenía nada que ver con el menú del día anterior. Bueno, decidimos que no estaba mal comer un día de menú sencillo y otro un poco más elaborado. De este lugar destacar quizás que tardaron 40 minutos en servirnos. Se disculparon por ello, por no poder hacerlo más rápido al ser todo  de elaboración casera y haber solo una persona en la cocina.



De aquí ya hacia nuestro destino que hoy estaba en Lombada Velha, en el extremo noroeste de la isla aunque teníamos previstas algunas paradas antes de llegar.

La primera en la chimenea de Janela (32.855018; -17.153442) unas formaciones volcánicas en medio del agua junto a la costa aunque cuando llegamos allí nos llamó más la atención la roca anterior formada por basaltos.





Después de esta parada, intentamos la segunda en las famosas piscinas de Puerto Moniz, pero no encontramos sitio donde aparcar, así que Angel se quedó en el coche y yo fue a fotografiarlas. Y allí me quedé unos minutos contemplando este peculiar lugar  separado del golpeteo del oleaje por un murete en donde se acumulaba la gente esperando el golpe de mar en un reto por permanecer inmunes al revolcón que la mayoría se llevaba cuando la ola llegaba con más fuerza.

Y rumbo ya a nuestro destino ascendiendo vertiginosamente por la pared que protegía Puerto Moniz  con curvas que cambian de sentido y en pronunciada pendiente. Y estas continuaron pero no así el ascenso y circulamos por zonas más llanas para llegar  alrededor de las 17,30 a nuestro destino.


Y llegamos a Sunset Cottage, nuestro alojamiento para hoy y tres días más, pero una vez allí y siguiendo las instrucciones que nos habían enviado en un email para acceder, la caja fuerte que contenía las llaves de nuestro “bungalow” no se abría cuando marcamos la clave. Llamamos al teléfono que teníamos impreso en los papeles de la reserva de booking, pero nadie nos respondió, así que decidimos ponernos en contacto, una vez más, con booking. Después de la consabida espera nos dicen que nos habían enviado un segundo email en el que nos informaban de las sustitución  del primer código que nos enviaron. Así cuando tecleamos éste, la caja se abrió pudiendo sacar las llaves de nuestro bungalow.

Pero me enfadé mucho. En primer lugar porque creo que cuando corrigen algo, deben cerciorarse de alguna manera de que el cliente se ha enterado del cambio, y en segundo lugar, porque cada vez con mayor frecuencia sustituimos a las personas y el servicio sin ellas no es mejor.

Entramos en la finca y nos encontramos con un bonito y sencillo jardín en el que había tres cabañitas de madera sobre una verde loma casi desarbolada, rodeada de pastos y donde pacían una vaca y su ternero. Silencio casi total roto por el sonido del vuelo de las moscas y por las vacas arrancando la hierba que rumiaban. Y el océano al fondo. Delicioso sitio donde la paz y la serenidad reinaban y donde las vistas eran espléndidas.

Al salir del coche rozamos un limonero y su olor se extendió hasta rodearnos. Y es que hasta ahora no lo he mencionado, pero la isla huele a flores, a laureles y a otras hierbas aromáticas.  Es un olor intenso que entra por todos los poros de la piel y a veces no consigo identificar su origen. Solo “siento” que huele bien.
El interior es un estudio, sobrio, pequeño pero suficiente. Con aire acondicionado  pero sin instrucciones claras para accionarlo. Gracias a una joven pareja portuguesa, descubrimos que el aire acondicionado tenía un temporizador que había que accionar antes de encenderlo con el mando a distancia. Y tras esto, un incidente más: trasteando debí de  tocar algo en el mando y el aire solo funcionaba como  tal, como “aire” es decir, como ventilador, hasta que de nuevo tuve que pedirles ayuda.  Las instrucciones del aparato de aire acondicionada estaban encima de una mesa en perfecto inglés. Pero sinceramente, no se me ocurrió pensar que antes de encenderlo con el mando debía de buscar primero un cuadro y accionar allí algún interruptor.

Tras este accidentado inicio, conseguimos  instalarnos ya que aquí íbamos a permanecer cuatro noches y nos acercamos a darnos un baño en la minúscula piscina (unos 7 u 8 m de largo por 3 o 4 de ancho) que resultó agradable aunque el agua estaba fresca.

Después me acerqué a una zona en la parte superior del jardín donde  había colocadas unas tumbonas de madera a las que yo añadi un par de cojines. El sol se acababa de poner pero oculto tras las nubes. Me consuele  diciendo que tendria tres oportunidades más. Pero adelanto que no lo conseguí en ninguna de ellas.

Allí disfruté de la paz. Únicamente oía conversaciones lejanas a lo lejos quizás a más de 100 metros y nosotros, contagiados de este silencio,  hablamos bajo para no romper la magia que nos rodeaba.

La oscuridad comenzó a aparecer y el sonido de las moscas fue sustituido por el canto de los grillos.

El silencio era sobrecogedor y las vistas no lo eran menos, extendiéndose por verdes prados que suavemente descendían  hasta que aparecía el océano, ahora ya de color gris al perder la luz del sol. Y este océano se fundía con el horizonte nuboso de tal manera que no se distinguía dónde empezaba y acababa uno y otro. Cenamos y nos fuimos a descansar

4 de septiembre

Alojamiento: Sunset Cottage en Lombada Velha
Recorrido: Levada de Ribera do Janela, piscinas de Porto Moniz.

Frente a mi tengo toda la inmensidad del Océano Atlántico, tranquilo, con las sombras de nubarrones sueltos sobre su superficie, rompiendo así la monotonía del gris. El cielo se funde con el mar, al igual que ayer, y parecería que ante mí tengo la “nada” más absoluta de no ser por el brillo del sol sobre el mar que se refleja a pedazos en los que las nubes no proyectan su sombra. Y de nuevo, el silencio es casi sobrecogedor.

La mañana apareció con el horizonte despejado, pero hacia el oeste. Nubarrones grises se cernían en el este. A las 9,15 ponemos rumbo a Puerto Moniz para, regresando sobre los pasos de ayer, hacer la levada de “os Cedros”.

Pero las nubes amenazan con no dejar paso al sol. Descendemos las vertiginosas curvas que nos depositan en Porto Moniz para comenzar con otro fuerte ascenso hacia nuestro destino.

Pero ahora las nubes dan paso a la niebla que nos rodea. Cuando llegamos al comienzo de la levada somos conscientes de que no nos dejará disfrutar del paseo, así que decidimos cambiar de planes e intentar llegar a la Ribera Do Janela, Levada que hemos dejado atrás.

La niebla resulta persistente espesándose  en algunos puntos  y abriéndose algo en otros. Circulamos por una extensa planicie, es una especie de meseta casi despoblada de vegetación alta y donde las vacas pastan apaciblemente invadiendo a veces la carretera. Y conduzco milagrosamente a 80km/hora. Y no me lo creo ya que la velocidad media que hemos ido desarrollando desde que tenemos el coche es de 40 ó 50km/hora.

En un momento determinado en el que la niebla abre aparece un gran aparcamiento lleno de turismos y también de autocares. Desconocemos de qué lugar se trata o qué habrá allí y la niebla tampoco ayuda a investigar por lo que supusimos que sería un mirador. Luego descubrimos que era el lugar de comienzo de varias rutas de levadas.

Continuamos nuestro camino hasta llegar a lo que mi teléfono móvil marcaba como el inicio de la Levada y que parecía no serlo. Afortunadamente el de Angel marcaba otro punto de inicio por lo que decidimos seguir sus indicaciones hasta que llegamos al lugar señalado después de otra media hora más de conducción. Pero en total habíamos estado dos horas y media desde que salimos por la mañana.

Aparcamos y quince minutos antes de las 12 comenzamos a caminar por la levada de Rivera do Janela. Hemos perdido un tiempo maravilloso así que haremos hasta donde nos cansemos pese a sospechar que nos puede ocurrir lo que otras veces, que siempre queremos más y nos cansamos antes de lo deseado.

El camino de la levada circula paralelo a ésta, siempre con una pared de roca a nuestra derecha y enormes precipicios a la izquierda aunque la mayor parte del camino estamos protegidos por alambreras. Es completamente llana, ancha y muy cómoda. El canal de agua es también ancho y profundo.

En su inicio tenemos la sensación de que paseamos por un jardín ya que los macizos de hortensias y agapantos flanquean cientos de metros casi en un discontinuo. También aparecen otras humildes flores que suman belleza al camino. 

Algunos bancos con mesas están dispuestos salpicando el comienzo de la misma. Las laderas son escarpadas y la vegetación muy densa.  Una belleza.

Caminamos desgranando esta hermosa senda siempre remontando las cantarinas y cristalinas aguas que descienden por el canal de la levada. Descubrimos peces, algunos de tamaño considerable,  lo que parecen ser truchas y Angel comenta que no imagina un sitio más aburrido para ellas. A parte de los pinzones, palomas y gorriones, son los únicos animalitos que vemos.

En algunos puntos del canal de la levada aparece una zona más profunda con tierra y restos de vegetación que pensamos que funcionan a modo de decantadores para posibilitar que el agua siga circulando depositándose arena y suciedad en el fondo ellos. No deja de impresionarme estos canales perfectos, de casi medio metro de profundidad por otro tanto de ancho que transportan el agua desde las húmedas cimas hasta los valles.

En determinados sitios la vegetación se aclara y nos permite asomarnos a un impresionante valle formado por laderas de montañas cubiertas de vegetación. Predomina el laurel, pero también hay otras especies vegetales como el brezo y los helechos, también de distintas variedades  y que no dejan de tapizar suelos y paredes. Es una vegetación exuberante.

Continuamos casi en soledad cruzándonos con dos o tres parejas que regresaban . Atrás dejamos alguna  que otra espectacular pared de piedra volcánica, negra, salpicada de helechos agarrados a ella aquí y allá y cuyo verdor contrastaba con el color negruzco o rojizo de la pared.

Después de hora y media de camino nos encontramos con la primera boca de túnel. Parece tener altura suficiente para permitir un paso relativamente cómodo a través de él. Nos asomamos y al fondo vemos una lucecita minúscula que debe marcar su final.

Encendemos la linterna del móvil y nos adentramos. El camino es estrecho ya que lo compartimos con el canal de la levada que aquí se ha estrechado,  así que tenemos que mirar al suelo,  al techo y a los laterales por si algún saliente nos empujara.

Después de unos 300 metros de túnel  en el que al final tenemos que pisar con cuidado sorteando charcos, salimos a un recodo muy húmedo e inmediatamente se abre otro túnel, pero decidimos que la experiencia ha sido ya suficiente y que no resultaba muy comodo andar casi en completa oscuridad, así que decidimos iniciar el regreso.

Y se me hace largo, sobre todo porque me duelen los pies, los dos (el Sr. “Morton”) pero sobre todo las lumbares y aunque al principio parece que un estiramiento  de espalda me alivia, luego ya lo hace muy levemente.

Terminamos cinco minutos después de las tres.  Ahora tenemos que buscar donde comer, sitio que encontramos en Porto Moniz siguiendo de nuevo las recomendaciones de google maps. 

Una espetada de carne, filete de pez espada, bolo do pan y bebida, 24 euros los dos. Hoy tocaba barato.




De aquí nos acercamos a las piscinas. Un euro y medio permite disfrutar de este peculiar lugar donde no deja de haber gente, pero no en exceso. Nos cambiamos en sus vestuarios y por turnos nos dimos un baño. El agua estaba fresca, como océano Atlantico que es, pero estupenda.

Satisfecha nuestra curiosidad, descansados y refrescados, iniciamos nuestro regreso ascendiendo o trepando de nuevo, no sin antes visitar un supermercado que igualmente encontramos algo desabastecido para lo que estábamos acostumbrados.


Una vez en el bungalow, una pareja alemana inicia una breve conversación conmigo. Resultaron ambos muy comunicativos y me dieron información que aprovecharíamos después, como fue la de tomar el teleférico de Achadas do Cruz e ir también al cercano faro. También, y en relación con la levada de las 25 fuentes, nos aconsejaron dejar el coche un poco antes del aparcamiento grande para iniciar allí un recorrido que nos internaría en un túnel de nada más y nada menos que 800 metros de longitud, lo que rechacé inmediatamente pese a que calificaran mi tamaño de pequeño por lo que no tendría problemas.  Sencillamente no encuentro atractivo a circular a oscuras por un túnel durante casi un kilómetro.

5 de septiembre

Alojamiento: Sunset Cottage en Lombada Velha
Recorrido: Levada de las 12 fuentes, Cascada del risco, Mirador de garganta fonda.

Amanece un día similar al de ayer: hacia el oeste despejado, pero las nubes  aparecen acumuladas sobre nosotros y en lo que parece la parte central de la isla.

Y hoy conseguimos contactar con una “persona humana”, la señora encargada de la limpieza, pero gracias a la información de los vecinos alemanes que me dijeron que venía todos los días a las 8,30 a traerles el desayuno. Así la pedimos una sartén que funcionara en la placa de inducción lo que hizo de forma inmediata (la habían sustituido por la que de la barbacoa) y la transmitimos nuestra autorización para que el propietario cobrara el alojamiento con la misma tarjeta que tuvimos que dar al hacer la reserva con booking.

Nos dirigimos hoy a hacer la Levada de las 25 fuentes. Salimos, como ayer, a las 9,15 con mucho viento. Y hoy la niebla hace acto de presencia antes que ayer e incluso es  más cerrada. Me pego al coche que va delante que me va guiando y me facilita la conducción. Unos 4 km antes de nuestro destino la niebla parece disolverse. Paramos detrás de nuestro “coche-guía” en un mirador agradeciéndole su trabajo que confiesa que ha sido duro. Es una pareja francesa entrada en añitos.
Cuando llegamos al aparcamiento (32.755309;-17.134297) descubrimos que se trataba del sitio que vimos ayer y que llamo nuestra atención por la cantidad de vehículos había aparcados. No había niebla pero la temperatura era de 14 grados así que decidí cambiar mi falda corta por un pantalón largo al que añadí un jersey y un chubasquero y nos dirigimos a la “shuttle” (32.753838;-17.132765), una furgoneta que leo que por 3 euros  ida y vuelta por cabeza, (2 euros solo ida o vuelta) recorre los dos kilómetros de bajada que nos separan de la casa del Rabaçal, donde empieza la ruta (32.761718;-17.134875).

No hay nadie esperando y Angel intenta convencerme para bajar andando ,como la mayoría de la gente y yo le digo que si me ahorro esos kilómetros, mi espalda y mis pies lo agradecerán. En poco tiempo llega y no espera a que se llene partiendo con cuatro personas. Y la verdad es que yo creo que me mereció la pena. Se ahorra tiempo y esfuerzo en hacer un recorrido con muy poco atractivo ya que discurre por la misma carretera.

Desde la casa del Rabaçal comenzamos nuestra senda entre una espesa vegetación descendiendo por un empedrado camino con bastante gente. Y bajamos…y bajamos. Luego, seguimos bajando pero ahora ya por escaleras y pienso lo de siempre, no soy nada original, lo que baje ahora lo tendré que subir después. Y seguimos descendiendo hasta alcanzar el canal de la levada.

Desde aquí el camino discurre paralelo a ella, entre brezos imponentes y una espesa vegetación que a veces forma túneles. El canal de esta levada no está a nivel del suelo, como en la de ayer, si no levantado como medio metro. La senda es estrecha y está protegida por cordones. En algunos sitios se estrecha más y está escurridiza así que me voy apoyando en los bordes del mismo canal ya que he dado algún que otro resbalón.

Después de hora y media caminando llegamos al final, al nacimiento de esta levada, las 25 fuentes y nos encontramos con mucha gente pero con una imagen muy hermosa: frente a nosotros se alzan unas paredes verticales formando un semicírculo vestido de vegetación y por las que chorrea agua. Leo que 25 chorros. No los cuento. Sencillamente contemplo,  me sumerjo en la magia que tiene este lugar y siento. El agua resbala por muchos puntos y cae en una poza cristalina. Es una estampa muy hermosa, de lo más bonito que he podido disfrutar con mis años. Es casi un escenario de cuento de hadas donde en cualquier momento pueden aparecer duendes, o trasgos, o elfos…si no fuera por la gente, que aunque no es molesta, sí quita encanto.

Y regresamos, -y me sobran los pantalones- pero esta vez el camino nos hace dejar la levada y nos asciende, para luego descender. Es la manera de evitar que nos crucemos con los que van ya que cuando esto ha ocurrido no cabemos dos personas y una se tenía que subir sobre el canal de la levada con el riesgo consiguiente.

Y en un punto determinado decidimos desviarnos para ir a la Cascada del Risco por una pista ancha, cómoda y llana. Al final vemos caer el agua en una cascada con dos tramos y casi unos 200 metros de caída en el segundo de ellos. Resulta espectacular.

Nos agolpamos en el mirador para disfrutar de ella y fotografiarla para iniciar ya el regreso definitivo a la casa del Rabaçal, a tomar nuestro transporte.
Y cuando llegamos hay una buena fila y tenemos que esperar a que haga un segundo viaje ya que en uno no cabemos todos.  Pero son ya las 14 horas y a esta hora se  suma una nueva furgoneta lo que acorta nuestro tiempo de espera.

En el aparcamiento, ahora lleno, iniciamos el mismo procedimiento de búsqueda que ayer y  el navegador nos lleva a Calheta a un bar-restaurante en la carretera donde comemos en su terraza. 31 euros los dos y muy buena la comida.

A nuestro regreso decido dirigirme al mirador de la garganta fonda y…no merece la pena. Únicamente destaca  una enorme losa casi plana por la que parece descender agua, cuando la tenga. A estas vistas mediocres hay que añadir un mal camino para llegar, con  subidita incluida, algo de calor  y la hora de la “pájara” de después de comer,  por lo que parecía tener plomo en los pies.

A las 17,30 estamos ya de regreso y decidimos quitarnos el calor y el polvo con un chapuzón en la piscina aunque el tiempo no acompañe.

Descansamos después y estudiamos qué hacer mañana. En un principio nos decantamos por la levada del lago de los vientos, pero leemos que es más bien para expertos ya que a la irregularidad del terreno hay que sumar las  bajadas de agua que humedecen las piedras del suelo haciendo peligrosa la senda en determinados tramos,  así que decidimos no jugárnosla y buscar otra.

La opción inicial era el  camino del norte cuyo comienzo estaba en el mismo sitio donde hicimos chao dos Louros, cerca de San Vicente, pero nos llevaría una hora de coche para llegar. Quizás la más cercana y asequible era, la levada de Alecrín que parece salir del mismo sitio en el que hemos estado esta mañana.

Cuando me quiero dar cuenta es la hora de la puesta de sol y me dirijo a la puerta a ver si hoy tengo suerte, pero no, tendrá que ser mañana. De nuevo, las nubes descansan en el horizonte y me impiden disfrutar de ella.

6 de septiembre.

Alojamiento: Sunset Cottage en Lombada Velha
Recorrido: Levada de Alecrín, Laguna de los vientos, mirador de la Encumeada.

Hoy salimos más pronto que ayer y condujimos casi todo el camino sin niebla lo que nos parecía casi imposible. De nuevo circulamos por esa inmensa llanura desarbolada y con vacas pastando apaciblemente entre sus matorrales.

Aparcamos donde lo hicimos ayer y buscamos el comienzo de la levada de Alecrín que no conseguimos encontrar hasta que preguntamos a un guía de un grupo que nos dirige a un punto donde ya habíamos estado pero que desechamos ya que el canal de la levada estaba seco (32.753279; -17.132284).

Comenzamos a caminar siguiendo el seco canal de la  levada bajo unos brezos de dos metros de alto que extendían sus ramas hasta formar túneles por debajo de los cuales caminamos. La senda parece un poco sosa y es que falta la frescura y la alegría que da el agua. Pero aunque algo tímida, comienza a aparecer el agua en algunos tramos, por lo que el camino  parece animarse  hasta que su presencia se hace permanente y el verdor cobra protagonismo. El bosque se ha hecho más espeso y la vegetación más variada.

Algunos caminantes nos sobrepasan, pero pocos. Y según caminamos vemos como a la levada llegan aguas por varios sitios de la ladera. Si no ha llovido parece que sea la propia montaña la que la rezumara.

En poco más de una hora llegamos al nacimiento de esta levada y tan solo encontramos dos personas. Hay una bonita cascada y una poza aunque no tan espectacular como la de ayer, y luego otro pequeño salto de agua que se abre en abanico. Sin ser un sitio espectacular, resulta hermoso  sobre todo por su tranquilidad.

De regreso nos detenemos frente a una señal que nos dirige hacia la laguna de los vientos por una senda descendente y que  parece fácil. Coincidimos con un empleado que va recogiendo basura y aprovechamos para preguntarle. Nos confirma que todo es descenso y que  luego es llano. Son 900 metros hasta la laguna y 1.200 metros más desde la laguna a la Casa del Rabaçal donde tomaremos el mismo transporte que ayer.

Así que nos animamos y comenzamos un descenso pronunciado que parece no acabar nunca. A los 900 metros nos encontramos con una bifurcación: a la derecha continua hacia la laguna de los vientos y a la izquierda nos dirige a la casa del Rabaçal. Pero ahora ya el descenso se hace casi vertiginoso y una vez más aparece el repetitivo pensamiento de que “luego tengo que ascenderlo”.

En poco tiempo nos encontramos a los pies de una hermosa cascada de no menos de 50 metros que parece caer en suaves velos  que mecidos por  el viento parecen superponerse acariciándose. Mis ojos son capaces de seguir el golpe de agua desde arriba hasta que llega a estrellarse contra las rocas de la laguna dispersándose en sus cristalinas aguas. Y nunca había estado a los pies de una cascada así, lenta, persistente, continua…y con la compañía de tan solo dos o tres personas más lo que añade más encanto aún.

Y luego solo quedaba ascender, y ascender, pero como casi siempre me ocurre, es más duro pensarlo que hacerlo y en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos arriba donde descubrimos que  es aquí donde realmente empieza la dificultad ya que a la irregularidad del terreno entre piedras y raíces se añaden tramos de rocas húmedas que nos obligan a pisar con cuidado asegurando cada paso que damos. Y los palos, nuestros bastones, demuestran aquí su mayor utilidad.



La marcha se hace lenta  pero en una hora más estamos en la casa del Rabaçal y como ayer, tenemos que esperar a que descienda de nuevo ya que en un viaje no cabemos todos,  y todavía no hay dos. Algún “listo” intenta colarse pero le señalo con la mano el final de la fila.

Una vez en el aparcamiento buscamos un restaurante y el agraciado esta vez es  la Quinta do Rodro para descender por otra carretera distinta a la de ayer.

Nos encontramos una finca alejada de la “civilización” y de hecho cuando llegamos nos sorprendió su situación y  tamaño ya que disponía de un pequeño aparcamiento en su interior con un hermoso jardín. Esto, sumado a que no había ningún turismo más nos hizo  sospechar que podría ser un sitio caro. Así que nos acercamos a mirar la carta haciendo algunos comentarios sobre los precios. Como estaba dentro de lo previsto decidimos quedarnos sorprendiéndonos cuando comprobamos que la persona que esperaba a que nos decidiéramos y que estaba presente cuando realizamos los comentarios, era venezolana, así que dedujimos que había comprendido todos nuestros comentarios. Un amable joven que tenía  el negocio en alquiler.

Y decidimos quedamos manteniendo una animada charla con él. Únicamente nosotros ocupábamos una mesa en este bonito lugar. Pedimos un picado de ternera con patatas que resultó exquisito y un bacalao que Angel afirmó que había sido el mejor que había probado en su vida, junto con una mouse de maracullá y unos trozos de maíz. Hoy la cuenta subió un poco más, 38 euros que merecieron la pena. Seguíamos en nuestra dinámica de alternar un día de menú barato con otro más caro.

Y la anécdota del día y quizás, del viaje. Por el restaurante paseaba una pequeña gata, cariñosa como ella sola que se afanaba en solicitar nuestras caricias agradeciéndolas con más afecto aún. En un momento determinado y en plena comida decidió obsequiarnos con el producto de su cacería: un ratón muerto que traía en su boca. Inmediatamente nuestro anfitrión se escandalizó manifestando su repugnancia y la quiso echar a lo que nosotros le dijimos que no lo hiciera, que era un regalo. Y bajo nuestra mesa estuvo maullando, supongo que diciéndonos lo que nos había traído, y jugando con el infortunado roedor hasta que misteriosamente desapareció sin dejar rastro alguno.

Pero lo más sorprendente fue que no tardó ni media hora en aparecer con otro diferente depositándolo a nuestros pies. Como ya habíamos acabado nuestra comida y conversábamos alegremente con nuestro anfitrión,  sí pude observar que se lo comió, pero en un pispas. Vaya máquina caza-ratones que tenía nuestro joven amigo. De hecho nos comentó que mientras que los vecinos se gastaban un buen dinero en desratizaciones, a él no le hacía falta. Y no me extrañó nada. Además era de buen comer porque aparte de los dos ratones que se merendó tampoco rechazó algún que otro trozo de patata o de comida que la dimos.

Dejamos el restaurante para poner rumbo al interior de la isla, al mirador de la Encumeada comenzando un vertiginoso ascenso.

Una vez más en un punto de nuestra subida nos vemos rodeados de niebla pero al disiparse surge la magia y ante nuestros ojos aparece  el Pico Ruivo y toda una cadena de espectaculares cimas  de vertientes escarpadas, verdes, majestuosas, magníficas. El mirador tenía el aparcamiento completo, pero obligo a Angel a detenerse en el arcén  quien se rinde a mi insistencia y  me asomo a este grandioso espectáculo ante el que siento mi insignificancia y pequeñez. Pero poco puedo disfrutar de él. Tengo que regresar.

Recupero mi posición en el coche y continuamos unos metros cuando somos testigos de otro maravilloso espectáculo: a nuestra izquierda una cascada de densas nubes descienden de las cimas por las lomas, casi arrastrándose por ellas. Y allí nos dirigimos para dejarnos engullir. 
Así continuamos unos kilómetros más hasta el mirador que no me resulta más hermoso que lo que hemos dejado atrás. En la ladera norte parecía abrirse el valle que San Vicente cierra y hacia el sur aparece otro. Nos encontramos en el centro de ambos.

Tras comprar unos mantelitos individuales para nuestra futura autocaravana,  ponemos rumbo Sur, hacia la costa parando en algún mirador cuando podemos, resistiéndonos a perder esta belleza y disfrutando de la serenidad que nos brindan estas espectaculares vistas  que abarcan desde las escarpadas cimas hasta las terrazas de cultivo según descendemos al valle. La mayoría de estas terrazas se encuentran abandonadas.

Una vez en la costa la decepción aparece al comprobar que las posibles vistas sobre la costa se pierden en los túneles que se suceden unos a otros.

A las 18,30 estábamos ya de regreso y una vez más, sin puesta de sol, y quizás hoy, es el peor día de los que llevamos aquí. Así que tendré que imaginarme que las puestas de sol aquí son espectaculares…y de ahí el nombre de nuestro alojamiento, pero será en otra época.
Y preparamos nuestro equipaje para abandonar mañana Lombada Velha y regresar a Funchal.

7 de septiembre

Alojamiento: Alojamiento trigal
Recorrido: Lombada Vella-Achada da Cruz-faro de ponta do Pargo-playa de la caleta-Faja dos Padres-Funchal

Recogemos nuestras pertenecías,  dejamos la llave en la caja fuerte y antes de iniciar nuestro regreso hacia la capital, nos dirigimos al teleférico de Achada da Cruz, siguiendo el consejo de la pareja alemana y  venciendo las resistencias de Angel.

Una vez allí aparcamos y nos asomamos…al vacío…espectacular, impresionante, casi nos deja sin palabras. Angel se sobrecoge y dice que tiene cierta aprensión. Solo hay una cesta que sube y otra que baja y nos disponemos a tomar posiciones después de abonar 3 euros cada uno por el viaje de ida y vuelta. Nos dicen que cuando queramos regresar y estemos  dentro de la cesta, presionemos un botón.

Antes de  partir se suma una pareja de franceses. E iniciamos el descenso. El vacío se abre a nuestros pies y nos vamos deslizando lentamente hacia el fondo de este increíble y profundo acantilado de paredes verticales y cuyas casas al fondo aparecen como pequeños puntos dibujados. Las casitas pequeñitas van definiendo sus contornos  mientras que descendemos por el acantilado.
Y una vez abajo iniciamos un paseo por una senda cementada que discurre paralela a la playa. A nuestra derecha vamos dejando el océano Atlántico y a nuestra izquierda cultivos de vides protegidos por unas singulares vallas formadas por piedra volcánica en su parte inferior y ramas de brezo  en la superior que harían de cortavientos.

Todo el paisaje nos resulta más que curioso. A un lado de este paseo descubrimos otra cesta ascendiendo hasta la parte superior del acantilado y que respondiendo a mi pregunta, la usan para transportar carga, principalmente para subir las uvas que recolectan.

Seguimos nuestro camino casi en completa soledad, a excepción de la pareja francesa. Vemos los cultivos de vides en los que hoy sábado, las familias parecen trabajar, y también las casitas. Unas impresionantes paredes volcánicas cierran esta pequeña llanura entre el mar y la montaña.

Llegamos hasta el final y nos damos la vuelta siguiendo las señales que nos indican al teleférico. Ahora nos introducimos por el centro de los cultivos donde la gente se afana en recoger las uvas. 

Hay algunas casitas arregladas, muy pequeñas y encontramos hasta un pequeño lagar donde depositan las uvas que recogen. Nos dan un poco de vino…del mismo vaso a los cuatro, franceses incluidos. Yo tengo la fortuna de beber la primera siguiéndome los demás, y si bien no suelo ser escrupulosa con quien conozco, sí tengo cierto reparo si desconozco, por lo que pienso que a los pobres  franceses les tocaron nuestras babas.

Le enseñé a una joven la fotografía que había tomado de la casita hecha de piedra y brezo y que parecía ser original sin haber sufrido ninguna modificación y le pregunté si vivían allí y como era la distribución. Me dijo que nunca habían sido habitadas  y que únicamente fueron usadas como sitio de descanso cuando venían a trabajar sus vides y a recoger las uvas. Pregunté por dónde llegaban antes y cuando tiempo invertían respondiéndome  que por un camino casi excavado en la roca y que tardaban una hora en bajar y hora y media en subir con los capazos llenos de uvas. ¡qué dureza!.

Entre viñas, paredes de piedra gris y ramas de brezo nos movimos por un pequeño laberinto siguiendo las señales hasta llegar al teleférico. Y regresamos también con la pareja francesa. Botón verde y ascensión casi imposible pero bien real.








A nuestros compañeros del aire les esperaba una furgoneta donde iban ellos solos. Nosotros tomamos nuestro coche y nos dirigimos ahora hacia el faro de ponta do Pargo.



Pero una vez allí, aunque  las vistas son hermosas, después de lo visto no nos resultaron especialmente llamativas.



Ahora ya pusimos rumbo a Faja Dos Padres  pasando antes por la playa de la calheta, la única con arenas traídas del Sahara. Curioso lugar que parecía más una charca grande protegida por dos grandes espigones que abrazaban este pedazo de mar convirtiéndolo casi en un lago, que una playa atlántica. 




Rumbo ahora directo a nuestro destino moviéndonos por lo que casi parecía un enorme queso Gruyere, de túnel a túnel y tiro porque me toca.






Y llegamos a Faja dos Padres comprobando que las plazas de estacionamiento eran limitadas. En el mismo funicular había muy pocas y luego a lo largo de la carretera,  que se  estrechaba  por los vehículos aparcados haciendo casi imposible el paso de dos a la vez circulando en ambos sentidos. Pero tuvimos suerte  de encontrar un hueco y pudimos asomarnos a este lugar tan popular.

Pero cuando nos asomamos comprobamos que no era ni de lejos, tan impresionante como el de Achada da Cruz. Este era bastante más corto y abajo únicamente había una playa de “cancajos” para bañarse. Pagar 20 euros hubiera merecido la pena si nos hubiéramos dado un baño, pero como bien destacó Angel, no había nadie en el agua,  por algo sería, así que decidimos que no merecía la pena bajar dando la vuelta para buscar un sitio cercano donde comer, con el mismo sistema que estos días de atrás.

Hoy era sábado por lo que  el número de turismos “dejados” en la misma carretera había aumentado con respecto a otros días. Además comprobamos que en algunos puntos había concentraciones de coches y gente y es que al lado había una barbacoa, casi en la misma carretera y de un punto a otro trasladaban espetadas con enormes trozos de carne cruda para ser asados.

Nosotros continuamos nuestro lento camino, de ascensión, retorcido, hasta que llegamos a lugar elegido. Una vez allí vimos que el menú del día eran 5,90 euros. Había “doblada” entre otros platos. Nos sentamos y preguntamos qué era eso señalándonos su estómago pero le pareció mucho más rápido y gráfico traernos una muestra descubriendo que eran callos, así que pedimos eso y Angel una lasaña de pollo.

Y en realidad con un solo plato habíamos comido los dos porque eran enormes. Los callos eran servidos con arroz y la lasaña…no recuerdo con qué. Lo cierto es que dimos buena cuenta de los callos, pero no pudimos acabar con la lasaña de pollo.

Llenos que parecía que podíamos llegar a Funchal rodando, pusimos rumbo a nuestro destino final contactando antes por whatsap con Rogelio  de Hire care Funchal a quien teníamos que  entregar el coche. Así que nos citamos a las 16,00 horas en la calle donde habíamos tenido el apartamento las tres primeras noches en Funchal a donde  puntualmente llegó.

Mantuvimos una breve conversación y tiramos ya de nuestras maletas hacia nuestro último alojamiento, el Trigal.  Al estar encima de un restaurante, era accesible a cualquier hora del día lo que agradecimos, así que nada más llegar fuimos atendidos en el restaurante donde cumplimentamos la hoja de inscripción, y acompañados por una persona accedimos al apartamento.

Y este, junto con el primero, quizás de los peores. Mal equipado, ya que por carecer, carecía hasta de estropajo,  y de mesa para comer –había una a modo de escritorio junto a la pared- y para no entretenerme en detalles parecía más la habitación de un hotel que un apartamento. Por otro lado el balcón en el primer piso, daba a una calle  estrecha de un solo sentido adoquinada por lo que cada vez que pasaba un coche se oía mucho así que para poder descansar tuvimos que cerrar ventana y usar el ventilador. En cuanto a su situación era buena, pero indudablemente el segundo que tuvimos en esta ciudad fue el mejor, en cuanto a tranquilidad y equipamiento.

Nos instalamos para pasar la noche y nos fuimos a dar un paseo regresando de nuevo a la avenida de Arrieta a disfrutar de otro espectáculo de música en directo por la fiesta del vino y regresamos al apartamento encargando antes en el restaurante una pizza…de masa demasiado gruesa a nuestro gusto, pero que tomamos con gusto para irnos a descansar dejando casi todo preparado para salir temprano a coger el aerobús que nos trasladaría a primera hora de la mañana al aeropuerto.

8 de septiembre

Funchal-Aeropuerto de Funchal-Madrid

Día de partida. No había confirmado la hora en que el aerobús nos recogería en la parada del centro comercial La Vie y nos sorprendimos cuando comprobamos que era quince minutos antes de lo previsto. Así que aceleramos un poco y llegamos con tiempo suficiente. A la hora en punto que ponía la aplicación del Smartphone apareció el autobús y en media hora nos depositó en el aeropuerto. Vuelo sin  nada que destacar, y llegamos  a nuestra casa en el tiempo previsto.


Mª Angeles del Valle Blázquez
Boadilla del Monte, Febrero de 2020